Para variar, hoy me gustaría contaros una historia bonita de la que tuve conocimiento hace poco tiempo. Es un historia sobre el aborto y la labor impagable que realizar los trabajadores sociales para orientar a las mujeres en casos como este.

¿Qué tiene que ver esto con la violencia de género? Pues bien, para los que no lo sepan, en España el Convenio de Estambul entró en vigor en el año 2014 y sus fundamentos son:

  • Prevenir la violencia, proteger a las víctimas y entablar acciones judiciales contra los agresores.
  • Sensibilizar y hacer un llamamiento a toda la sociedad, especialmente a los hombres y niños, para que cambien de actitud y rompan con una cultura de tolerancia y negación que perpetúa la desigualdad de género y la violencia que la causa.
  • Destacar la importancia de una actuación coordinada de todos los organismos y servicios oficiales pertinentes y la sociedad civil.
  • La recogida de datos estadísticos y de investigación sobre todas las formas de violencia contra la mujer.

La entrada en vigor de este convenio criminaliza delitos tales como la práctica de la mutilación genital femenina, el matrimonio forzoso, el acoso, el aborto forzado y la esterilización forzada.

Acude a una clínica a abortar, pero no está convencida

Todo ocurrió hace un par de años aproximadamente, cuando en una clínica ginecológica entró una chica joven con el objetivo de interrumpir su embarazo. Su cara lo decía todo: estaba desencajada y no sabía muy bien cómo había llegado hasta allí.

En estas clínicas, con el objetivo de apoyar a las mujeres u orientarlas ante la decisión de someterse a un aborto, existe una figura que sin duda debería estar presente en muchos más ámbitos: el trabajador social.

Esta persona en cuestión se encarga de la labor de crear un espacio seguro para la mujer, libre de todo prejuicio. Ahí puede exponer sus miedos, sus dudas y sus incertidumbres en un entorno de escucha activa, para que tomen la decisión de continuar con el embarazo o no, pero siempre de manera libre, ya que estas chicas muchas veces acuden a interrumpir su embarazo no por decisión propia, sino por la violencia que muchas veces es capaz de ejercer la sociedad, el entorno e incluso la propia pareja. Muchas de estos motivos son los comentarios de personas cercanas que les dicen que son muy jóvenes, que van a tirar toda su vida por la borda o cuando las parejas no las apoyan y quieren desentenderse de la situación si deciden seguir adelante con el embarazo. Violencia pasiva, pero al fin y al cabo, violencia.

A través de esa escucha activa tan necesaria ante la situación, el trabajador social les plantea todas las opciones posibles y les aclara todas las dudas, ofreciendo en cada caso los métodos que más se adaptan a la persona en cuestión. Si finalmente deciden continuar con el embarazo, el trabajador social también se encarga de informar sobre opciones y buscar recursos como ayudas económicas y guarderías en el caso de que la mujer en cuestión lo necesite. También existen talleres grupales sobre el duelo, por si lo necesitan tras decidir interrumpir el embarazo.

En el caso particular del que voy a hablar, me gustaría hacer especial énfasis al modo de proceder de la trabajadora social que allí se encontraba: pudo ver a la chica a punto de entrar en la sala y observó en su cara que algo no iba bien. No diré su nombre real, ya que no estoy autorizada, pero para contar esta historia, la llamaremos Sandra.

Se acercó a ella y la apartó de allí, pudiendo llevarla a un entorno un poco más neutral para hablar con ella y saber qué le ocurría. En aquel lugar, gracias a su experiencia y su profesionalidad, creó un espacio seguro para ella, libre de prejuicios y de opiniones ajenas, con el objetivo de que sacara los sentimientos que llevaba dentro y poder tomar una decisión sin condicionantes de ningún tipo.

Tras escucharla y dejar que salieran de ella todos sus miedos e incertidumbres, pudo ver que aquella mujer joven no quería interrumpir su embarazo. Había acudido de alguna manera «presionada» por las opiniones de su familia y su entorno, pero en ningún momento estaba convencida de ello.

Tras orientarla sobre las opciones que tenía, finalmente Sandra la aconsejó que se fuera a casa y pensara antes de hacer cualquier cosa, dejándole claro que solo ella podía decidir sobre su embarazo.

Así terminó aquel día. La trabajadora social de aquella clínica la vio marchar y no supo si finalmente había continuado con el embarazo o no. Ella había cumplido con la obligación moral y social que lleva implícita su trabajo: asesorar y escuchar a las personas en situaciones complicadas para que determinen cuál es el mejor camino a tomar en su caso. Además, puedo decir, ya que conozco bastante bien a esta mujer, que se implica de manera especial en cada uno de los casos en los que tiene que ejercer, llevando su vocación de la manera más profunda posible y cumpliendo un papel muy necesario en la sociedad.

Y aquella chica volvió

Aquella joven que un día decidió irse a casa y meditar la interrupción del embarazo, al final volvió a la clínica unos meses después. Sandra estaba como cada día en su puesto de trabajo y alguien vino a buscarla. Al verla no la reconoció inmediatamente, pues son muchas las mujeres que pasan por allí a diario, pero la chica se encargó de refrescarle la memoria y recordarle todo lo que había hecho por ella.

Salieron fuera y pudo ver un carricoche y a un chico que la acompañaba. Entonces la chica le dijo unas palabras que no olvidaría nunca: «Finalmente decidí no abortar, lo hablé con mi pareja y tomamos la decisión de que queríamos tener al bebé. Todo esto nos ha fortalecido como pareja y estamos mejor que nunca. Te presento a mi hija: Sandra».

Aquellas palabras sin duda conmovieron a la trabajadora social y cada vez que habla de ello no puede evitar emocionarse. Sin embargo, esta historia no trata solo de Sandra. Si he decidido contar esta historia, es porque considero que la figura del trabajador social no está todo lo bien valorada que debería, ni somos conscientes de lo importante que son las personas que ejercen este trabajo.

Esta historia no solo trata de Sandra, ni de cómo actuó aquel día en el que ayudó a una joven a tomar una de las decisiones más importantes de su vida, es sin duda un reconocimiento bien merecido a la figura del trabajador social.

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